domingo, 11 de marzo de 2012

LA RIADA DEL DIECISIETE



       Aunque estamos en Cuaresma, en este artículo me voy a referir a la riada del 17.    No porque hayamos sufrido una, obviamente, sino porque he visto varias fotos de la misma colgadas en Internet que, lejos de ser documentos históricos útiles para enriquecer el conocimiento del pasado, se convierten en armas de confusión y dan lugar a equívocos.  Los documentos que fundamentan este artículo son el especial de El Aviso que se publicó el 17 de marzo de 1917 y las fotografías y relatos aparecidos en las revistas Mundo Gráfico de 21 de marzo de 1917 y Nuevo Mundo de 23 de marzo de 1917. 
Es de agradecer, pasado tanto tiempo, la labor de Borrego, fotógrafo pontanés de principios del siglo XX, que reflejó muchos sucesos y eventos de su época y cuyas fotos fueron publicadas en diversos medios gráficos de ese tiempo.  Y qué decir de D. Baldomero Giménez.  Nunca valoraremos su figura y obra en su justa medida.  Ya en aquella época, haciendo balance de lo ocurrido, de las consecuencias económicas y la pérdida de vidas humanas, ese visionario filántropo (que soñó sesenta años antes de proyectarse Genil Cabra con poner en riego parte de nuestro término municipal, fue el artífice de que Puente Genil contara con central de teléfonos o alentó la incipiente carrera literaria de Juan Rejano) dijera en una de sus conclusiones: “Que se recabe del Ministerio de Fomento la ejecución inmediata de las obras de defensa contra posibles inundaciones ya concedidas y de otras que eviten o aminoren los terribles riesgos que amenazan continuamente a este pueblo, por su proximidad al Genil”.  Hasta treinta y cinco años después no se iniciarían las obras de Cordobilla y hasta hace seis o siete las mal conclusas de encauzamiento y defensa contra las avenidas…



 
UN REPASO POR LAS RIADAS ANTERIORES.

La ocurrida el 7 de marzo de 1917 fue, según se recoge en los anales de nuestra historia local, la crecida del Genil mayor de que se tienen noticias.  El agua llegó hasta casi mitad de la calle de la Plaza, ya que, según cuenta D. Baldomero Giménez en El Aviso citado: “A las seis de la tarde llegaba el agua en la calle de don Gonzalo a la puerta del Banco Español de Crédito y casa de los señores Morales y Compañía.  Unos nueve metros sobre el nivel ordinario del río”. 
Pero hay datadas avenidas de grandes dimensiones en fechas anteriores.  Están recogidas en El libro de Puente Genil, de Aguilar y Cano.  La primera de que se tiene noticas ocurrió el 2 de febrero de 1543.  Fue tan grande que los habitantes de los pueblos ribereños hicieron fiestas de acción de gracias por haberse librado de morir ahogados.  También las hubo en septiembre de 1589.  Entre marzo y mayo de 1590 se produjeron cinco riadas y dos en 1595.  Hasta 1618 no hubo ninguna que reseñar.  Y en 1622 se produjo la que, según decían los contemporáneos, fue la más terrible de la historia.
Como se podrá comprobar, la memoria colectiva es frágil y siempre se repiten “la peor que se recuerda” o “la peor de la historia”…
Durante un largo período de tiempo no hay reseñada por Aguilar y Cano ninguna otra digna de mención.  Pero el 5 de enero de 1684 hubo una tan grande que hundió uno de los arcos del puente y destruyó la acera de la izquierda de la calle de la Feria (ésta es la de la ermita del Señor del Río y era hasta entonces una especie de paseo con arboleda y casas en la parte que da al río).  El 30 de enero de 1805 fue de tal magnitud que invadió todo el Barrio Bajo, destrozó muchas casas, ocasionó la caída del puente de sillares y destruyó los caminos de Miragenil y el de Granada.  Hubo otras cuatro, también “las mayores vistas en la historia”: 1860, 1876, 1892 y 1895.  Además, sin ningún tipo de referencia o base histórica, hace referencia Aguilar y Cano a otra que ocurrió en 1801 y que llegó hasta la puerta de la Purificación. 


 
EL RELATO DE LA DE 1917.

Pero vayamos a los hechos.  Esta riada fue inesperada –por calificarla de alguna forma-, ya que era cosa tomada como cierta desde tiempo inmemorial que al río Genil solo le hace desbordarse el deshielo de Sierra Nevada.  Durante todo el 5 de marzo cayó abundante lluvia que hizo crecer las aguas, pero nadie sospechaba nada.  Mas el vendaval de la tarde del 6 hizo produjo cierta preocupación que no llegó a calar en el vecindario, a pesar de que las señales y preludios eran muy similares a los de otras riadas.  Así, la gente –especialmente los vecinos de las calles que siempre se ven afectadas por estas catástrofes- se fue a descansar tranquilamente.  A la 1 de la madrugada del día 7, que perdurará en la memoria de todos los pontanenses, comenzó el río a presentar síntomas alarmantes.  Los jefes de policía nocturno (D. José Ramos Flores) y diurno (D. Enrique Garat García), el jefe de los guardas rurales (Eduardo del Pino) y los serenos, se dedicaron a dar la alarma a los habitantes de las calles que corrían peligro inminente de inundación.  A las 9 de la mañana el río alcanzaba cinco metros sobre su nivel habitual.  Y fue subiendo hasta llegar a los 9 metros a las seis de la tarde.  Hasta las 9 de la noche no comenzó el nivel a descender.
Una de las mayores preocupaciones, aparte de la posible pérdida de vidas humanas, era la de que se podía destruir el puente.  Según parece y dicen las crónicas, era creencia general que cuando las aguas del río llegaran a tapar por completo los ojos del puente, éste se derrumbaría.  Eso era lo que sus coetáneos habían oído decir a Leopoldo Lemoniez, ingeniero de feliz recuerdo que fue el que, en 1874, proyectó el arco volado de ladrillo (es el primer arco que tiene el puente en la dirección Barrio Bajo – Miragenil).


LAS PÉRDIDAS HUMANAS

He comentado que el vecindario, lejos de sentirse especialmente alarmado, se fue a descansar sin prever la tragedia.  Cuando las fuerzas de orden avisaron de que debían evacuarse las calles cercanas al río, el matrimonio formado por Antonio Molina y Antonia Bedmar se negaron a marcharse de su casa, situada en el número 29 de la calle Jesús.  Cuando las aguas cubrieron la zona, la vivienda, hecha de tapial y materiales muy sensibles a la humedad, fue cediendo hasta terminar derrumbándose con los dos ancianos dentro.  Una situación que hoy nos parecería paradójica, pues hoy las autoridades no hubiesen permitido la situación.  También es curioso cómo, tanto la prensa local como la nacional, dan a las víctimas el calificativo de “ancianos”, aun siendo personas de 60 años.  Y es que la esperanza y calidad de vida de hace noventa años eran bastante diferentes a las actuales. 
La revista Mundo Gráfico mostró una imagen de la casa: 


 Las casas de la calle Jesús que se derrumbaron por efecto de las aguas.
 
LAS PÉRDIDAS MATERIALES.

Dejo al lector el relato de El Aviso para que pueda valorar por sí mismo el alcance de lo que el agua se llevó


 
LA ODISEA DE UNA FAMILIA

 




CURIOSIDADES

Cuando el agua alcanzó la calle Delgado, fue desalojada la casa de D. Juan Delgado Bruzón (actual casa nº 2 de a calle citada y que fue restaurada y convertida en pisos hace cinco o seis años).  Recordarán algunos lectores que hasta la citada reforma el edificio conservaba su estructura antigua con cuadras, patio de labranza, etc.  En lo que hoy es la casa de la familia Villafranca Muñoz (esquina con la calle Jesús actual) estaba el molino de aceite.  Sobre la edificación había una azotea.  En  ese lugar se refugió un caballo.  Viendo uno de los trabajadores que el agua lo cubría todo y que el animal no tendría salvación, lo condujo a través de las estrechas escaleras de servicio hasta ese enclave elevado.  Debido al pánico y al instinto de supervivencia, el équido no opuso resistencia a subir por tan estrecho camino.  Mas hubo que recurrir a mil tretas para bajarlo por el mismo sitio, según contaba El Rubio Aires, hombre de confianza de Juan Delgado Bruzón.  La imagen muestra las labores de bajado del caballo. 

 Azotea de la casa número 2 de la calle Delgado.  En este lugar se halla actualmente la vivienda de la familia Villafranca Muñoz (Delgado, 6).  Se puede ver, detrás a la derecha, la base de la chimenea de La Aurora).
 
COMO FINAL.

Aunque costó Dios y ayuda, Puente Genil salió adelante de esa catástrofe.  Se recuperaron industrias, casas, calles, comercios…  Incluso se habló de que el Rey iba a visitar el pueblo para ver la magnitud de lo ocurrido.  Así estaba planeado, pues había de pasar por nuestra estación de camino a Málaga.  Mas, según contó el propio D. Baldomero, sus asesores aconsejaron pasar de largo y evitar así el agravio comparativo que hubiese supuesto visitar este pueblo y no otros afectados como Iznájar o Écija.  Hubo después dos riadas importantes: la de 1949 y la de 1963.  Esta última supuso la ruina económica y social para Puente Genil.  Se cerraron muchas fábricas para siempre  -algunas tan emblemáticas como La Casualidad- y parte del Barrio Bajo quedó abandonado casi hasta hace una década, época en la que el boom de la construcción y el desarrollo económico puso en valor terrenos y solares que carecían de interés.  Y, como decía al principio, hasta hace un año no se concluyeron –y de forma chapucera- las obras de defensa contra las avenidas del río. 

 Vista de las partes traseras de las casas de la calle Bailén, vistas desde el puente.

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