miércoles, 14 de septiembre de 2011

ORO VIEJO EN OTOÑO I


Río soñando,
Membrillos en sazón.
Fin del verano

 Azulejo de la fábrica de Rafael Rivas que se encuentra en la taberna Los Gabrieles, de la calle Echegaray, de Madrid.  Es de los años 20 del siglo pasado.
(Foto cedia por El Pontón - Antonio Illanes Velasco)
               
A través de una serie de tres artículos haremos referencia a la trilogía que dio y sigue dando fama a Puente Genil: membrillo, vino (fino y pedro ximénez) y aceite de oliva virgen extra.  Comenzamos en esta primera parte con el membrillo.

 Sol y dulce, membrillo.  Uva pasa y aceituna con sueños de oro.  Fin del verano.  Al llegar estas fechas todo parece tornarse color amarillo: las luces se vuelven ámbar, el río parece enlentecerse dorado por un sol de oro viejo, miles de frutos –cual navideño árbol de septiembre- adornan los membrillares.  Los racimos esperan la llegada del vendimiador.  La aceituna va tornando su verde cara al amarillo que será morado y negro al llegar el invierno.  Con membrillo, vino y aceite (los tres del color del noble metal) se tiñe el blasón de nuestra tierra.  Trilogía eterna que entre el fin del verano y el otoño llegan al mundo de los sentidos: olor, color, sabor, tacto y sonido.  Olores múltiples a uva que se seca en las paseras, a membrillo que se cuece en las calderas.  Sabor intenso y frutado de los primeros aceites, dulce del pedro ximénez y jalea.  Tacto áspero de los membrillos, aterciopelado de las uvas, untuoso de las aceitunas.  Sonidos de cantos de vendimiadoras, de risas de membrilleras, de algarabía en las besanas mientras cae la aceituna. 

                Se perdieron los tiempos en los que cientos de mujeres, con sus cuchillos y sus blancos delantales iban a casquear membrillos en bandadas que parecían de palomas.  Atrás quedaron los cargadores que esperaban en el paseo del río la llegada de los camiones de azúcar.  Se apagaron los blancos penachos de las ocres chimeneas.  El progreso, las crisis económicas,…  Fue casi el fin de una industria que pervive honrosamente en cuatro marcas de prestigio  que siguen dando a nuestra localidad visos de internacionalidad: Góndola, Quijote, San Lorenzo y San Pascual.  Pero, aunque el meritorio esfuerzo industrial y comercial ha hecho que estas industrias pervivan con gran pujanza, ese halo de romanticismo castizo que envolvía la campaña del membrillo se perdió.  Ganamos en calidad y competencia, pero perdimos en sentimiento.  Es el sino de los tiempos.  Sólo es culpa de los cambios en los usos y costumbres de nuestra sociedad.
                Antes de terminar este evocador comienzo, para pasar a hablar de los inicios de la industria local de la carne de membrillo, quiero dejar constancia del ambiente que he descrito copiando un artículo de la revista Mi Pueblo.  Lo publicamos en El Pontón hace algunos años al llegar esta misma época del año.  Lo transcribo tal como lo pusimos.




 _____________________________________________________


Como nos encontramos en las fechas típicas de la elaboración de la carne de membrillo, traemos a esta sección un artículo publicado en la revista Mi Pueblo, del 13 de septiembre de 1959, por el recordado flamencólogo y cronista Luis Melgar Reina.  Creemos que está cargado de recuerdos del pasado que traerán a la memoria de los más veteranos la nostalgia de unos tiempos distintos y a los más jóvenes nos darán a conocer un ambiente olvidado.


LA CAMPAÑA DEL MEMBRILLO.

                Puente Genil es rico en acontecimientos.  Su ambiente dinámicamente agradable nos ofrece constantes situaciones o aspectos populares que merecen la pena descubrir.  Por ello al cronista no le es ardua su tarea.  Al contrario, sencilla.  Se limita a “retratar” la perspectiva local del momento, aunque, ¡eso sí!, la “foto” no salga, ni mucho menos, con la nitidez deseada.
                Todos los años al llegar estas fechas un importante sector fabril, el más genuino, el más típico. se pone en pie e irrumpe imperiosamente en el acontecer diario de la villa.  Es la campaña del membrillo.
                Hasta finales de noviembre que es su duración, una veintena de fábricas, mucho más modernas y con mayor capacidad de producción que las que conocieron nuestros paisanos que lleven fuera de nuestro pueblo veinte o veinticinco años, se ponen en acelerado movimiento y encienden sus altas chimeneas para la transformación del rico fruto en carne de membrillo y jalea.  La movilización general de elementos de todo orden que acompaña la “entrada triunfal” de las máquinas es enorme y ese bullir tiene su lógica repercusión en el ambiente local que vive en estos meses en un agitado movimiento, que atrae la atención de propios y extraños.
                Movimiento de dinero, de jornales, de empleo de personal, sobre todo femenino, de cientos y cientos de camiones de gran tonelaje que día y noche entran y salen, cargados, desde lejanas tierras, de millones de kilos de fruta que se convertirán en el exquisito dulce de membrillo, con que Puente Genil ha adquirido fama universal.  Todo es intensa y febril actividad en estos meses.
                Muchísimas obreras que aquí llamamos “membrilleras” encuentran colocación y dan una nota de colorido en las calles, cuando el rugiente sonido de las sirenas señala la hora del almuerzo.  Salen en pandillas, tocadas con sus graciosas cofias y generalmente con el cuchillo mondador en la mano.  La mayoría guapas de verdad y siempre van con jolgorio y risas.  Nunca hemos sabido por qué llevan el cuchillo y no lo dejan en la fábrica.  ¡Cualquiera se mete con ellas…!
                Los mozos de carga y descarga son otro número de este singular espectáculo.  Se sitúan en pequeños corrillos estratégicamente donde tienen su entrada los “gigantes del asfalto” que vienen cargados de membrillos, y unos a las órdenes del popular Retornos y otros por su cuenta, se avanza a un “Leyland” de diez mil kilos y en un santiamén lo dejan a cero.  Mientras, los conductores y ayudantes del vehículo se sacuden esta calorcilla pegajosa de la época, bebiendo en algún bar cercano refrescantes de todas clases, sin regateo alguno.  Casi siempre, para aprovechar el retorno, llenan otra vez el camión, pero… ¡de carne de membrillo!  El transporte pesado sale raudo a su destino y estos mozos de carga quedan repartiéndose su comisión a la “luz” de unas copitas, pero sin descuidar el acecho del próximo camión.
                Y no digamos nada de la caravana de camiones que entran cargados de azúcar.  La carne de membrillo es esto.  Mitad azúcar, mitad membrillo.  El punto que ha de llevar es el secreto que los veteranos maestros del oficio guardan como preciada joya.  No en balde va su pan de cada día en ello.
                La cosecha de este año por aquí es muy buena.  Los hortelanos dan viajes y más viajes de membrillos en sus carritos o sus borriquillos cargados hasta las orejas.  Ellos mismos descargan sus mercancías en la fábrica y se traen el “vale” de vuelta, camino de otro viaje. 
                A ciertas horas las puertas de las fábricas son un atasco de vehículos, borriquillos, carrillos de mano que retiran las cáscaras destinadas a piensos, o las pepitas y un curioso “hormigueo” de personas a su alrededor.  Todos esperan algo.  Unos el vale, otros descargar, algunos cobrar una factura, un viajante que llega negociar con el fabricante…  Interminable.
                El trajín.  Y la campaña del membrillo en Puente Genil da mucho trabajo y mucho dinero.  ¡Alegrémonos todos!
                Creemos que nuestro pueblo debe su fama principalmente al membrillo.  Un membrillo debía figurar en su blasón.  Aunque Puente Genil ostente con legítimo orgullo el bien ganado título “Optimi olei emporium”, somos más conocidos por el membrillo.
                Si vamos de excursión y se enteran que somos de aquí, enseguida: “-Aquí están los del membrillo-“.  Cuando nuestros futbolistas saltan a un campo extraño les gritan “-¡membrillos, membrillos!-“ y si ganamos “-¿Cómo no, si habéis comido carne membrillo!-“
                Recuerdo que en Valladolid una señora me preguntó de dónde era yo. –De Puente Genil-, le dije. -¡Oh, si es usted del pueblo de la carne de membrillo!-  Y añadió: -¿Sabe que a mi me gusta mucho?  Mire donde tengo una lata-.
                Y estas alusiones, al contrario de lo que muchos creen, enaltecen.  Qué pena del pueblo que no sea conocido.  Es que no tiene nada de qué presumir, porque a los pueblos, lo mismo que a las mujeres, les gusta coquetear.
                Y este es el prodigio de la laboriosidad de un pueblo.  De un pueblo que produce, fabrica y exporta el mejor membrillo del mundo.  De nuestro Puente Genil querido.






La industria de la carne de membrillo y la jalea se inicia en la segunda mitad del siglo XIX.  Para saber más y ahorrar letras, recomendaría la lectura de El Libro de Puente Genil -de Aguilar y Cano- en el que se relata todo lo concerniente al tema.  Como sé que muchos de los lectores –desgraciadamente- no poseen esa magnífica obra, creo que lo más adecuado es ofrecer escaneadas las páginas 415 a 418.  En ellas se relata, entre otros detalles, la forma de fabricar ambos dulces.   









Como se habrá podido leer en estas páginas de Aguilar y Cano, la elaboración de la carne membrillo a finales del siglo XIX era, básicamente, muy parecida a la actual.  Lo que han cambiado -tanto en tecnología como en aspectos sanitarios- han sido las fábricas, lógicamente.  No entra en el objetivo de este artículo describir cómo son las modernas industrias.  Pero sí dejar reflejado cómo eran las antiguas.  Para ello cuelgo el reportaje aparecido en la revista Nuevo Mundo, en su edición del jueves 29 de noviembre de 1906.  La lejanía del tiempo hace casi imposible reconocer a los personajes que aparecen, y más teniendo en cuenta que el periodista da pocos detalles de la ubicación y propietario de la fábrica.  No obstante, si algún lector reconoce a algún familiar en ellas, sería de utilidad que lo dijera.  Destaco que también hace referencia a la forma de fabricar los dos productos.







Y para finalizar, describo cómo se hace la carne membrillo casera en la actualidad, según la receta que aparece en la revista El Pontón de septiembre de 2003 y que nos facilitó Inmaculada Ruiz García.  Como se ve, poco han variado las formas.  Ojalá perduren por siempre.




Nota: la bibliografía pra la elaboración de este artículo es la que se ha ido detallando a lo largo del mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario