El tema de la pérdida de obras es una de las más penosas desgracias que puede ocurrir con el legado de un autor. Hoy día, en que los medios electrónicos e informáticos ponen a disposición del mundo cualquier tipo de documento, es difícil la desaparición de una creación (es el lado bueno de la generalización de las copias “piratas”). Pero son muchos los autores relegados al olvido o poco conocidos por no tenerse referencia de sus composiciones artísticas. Cuántos poemas, novelas, obras de teatro, canciones, pinturas, esculturas,…, dormirán el sueño de los justos. Por eso es tan importante la generosidad de los que poseen en sus bibliotecas o colecciones particulares alguna obra rara, inédita o perdida. Aunque en muchas ocasiones el desconocimiento es el mejor aliado de ese olvido.
Todo esto viene a cuento por un hecho que me ocurrió no hace muchos días. En la función solemne de la Renovación del Voto a la Inmaculada, en la parroquia de la Purificación, me comentó uno de mis hermanos de la Schola Cantorum, Manuel Carmona Estrada, que había recibido el legado de su mentor y compadre, Pedro Abaúrre Pérez, fallecido hace unos meses. Culto y sensible poeta, lector irredento y amigo de promociones culturales, Abaúrre poseía una de las bibliotecas más ricas y variadas de Puente Genil. Como Manolo la estaba catalogando, me dijo que había encontrado un cuadernillo con poemas de Miguel Romero manuscritos no sabía si por el propio autor o copiados por Pedro. Inmediatamente me interesé por el tema y quedamos al día siguiente. Los versos de Romero eran conocidos. El cuadernillo contenía todos los poemas dedicados a la corporación La Judea, con la fecha de composición escrita al final. Mas, ya que nos encontrábamos en una rica biblioteca, me mostró las obras que poseía de autores pontanos. Entre una abundante colección de libros conocidos, encontré un pequeño libreto en rústica bien conservado. Era un ejemplar de César y Pompeyo, la obrita de Manuel Reina que habían tenido que fotocopiar en Tánger… Le dije que quizás fuera el único ejemplar existente en el mundo y, por ello, su valor para nuestra cultura local era incalculable. Me lo dejó escanear para que pudiera ponerlo a disposición de todo aquel que quisiera acceder a este humilde blog. Así lo he hecho. Gracias a Manolo, en primera instancia, y al celo y amor por las cosas de Puente Genil de Pedro Abaúrre, podemos tener una copia fiel de una obra que creíamos perdida.
César y Pompeyo es la primera incursión de Reina en el mundo del teatro. La escribió cuando tenía 16 años, en 1874. Con esa edad ya dominaba la métrica y la versificación, además de las técnicas teatrales. Aunque por esas fechas Reina estaba en Madrid, no podemos olvidar que fue la etapa dorada del teatro en Puente Genil. Así lo relata Aguilar y Cano en El libro de Puente Genil. Según él, D. Agustín Álvarez de Sotomayor construyó en la parte trasera de su casa de la calle Ancha (por tanto, en la calle Guerrero) un teatro para poder dar cauce a las inquietudes de una recién creada sociedad dramática y filarmónica. Ésta se había creado para servir de “tapadera” a las reuniones de los elementos liberales en la época más oscura del reinado del felón Fernando VII. La sociedad tuvo bastante más éxito del esperado inicialmente. Contaba con un extenso elenco de actores y una escogida orquesta. Este proyecto, que se llevó a cabo en el primer tercio del XIX, fue la semilla que dio lugar al florecimiento del arte teatral de la época de Reina y Aguilar y Cano, los cuales, por los años setenta del XIX vieron representadas sus obritas de teatro en Puente Genil: Comprendo el suicidio y Una limosna, por Dios, respectivamente.
La obra que nos ocupa, César y Pompeyo, está definida por el propio autor como “juguete cómico en un acto y en verso”. Fue estrenada el 9 de marzo de 1874 en el Teatro de Variedades, de Madrid. Santiago Reina López la cataloga como una creación destinada a las sesiones dramáticas maratonianas que tan frecuentes eran en esos años. La trama es un enredo de dimes y diretes entre un padre, su mujer e hijas, el pretendiente de una de ellas y un poeta que, sin comerlo ni beberlo, se mete en medio del “fregado”. Como es lógico, con final feliz y boda.
La sincera y negativa crítica que un íntimo amigo de Manuel Reina, Tamayo y Baus, hizo de Los seductores, retrajo el ánimo del poeta en lo referente a representar en los escenarios sus obras de teatro. Aunque posteriormente escribiera El collar de diamantes, no cultivó el teatro como podría haberse esperado tras sus primeras creaciones, aunque su afición a este noble arte no dejó de estar presente en su vida, pues siempre estuvo al tanto de las novedades del teatro español y europeo.
Se adjunta una imagen de la portada del libreto de César y Pompeyo. Como la configuración del blog no permite colgar documentos en formato diferente a JPG, GIF ó PNG, no es posible poner el documento completo para su descarga. Por ello, todo aquel seguidor del blog que quiera una copia en formato pdf de la obra completa puede obtenerla poniéndome un email a revistaelponton@gmail.com. en el que se debe indicar el nombre completo y la dirección electrónica a que se ha de enviar el archivo.
Mi más sincero agradecimiento a Manuel Carmona Estrada, propietario de la obra que se ha escaneado, y a Santiago Reina López, autor de la magnífica obra Manuel Reina: Catalogación completa de su obra. Análisis de su poesía en el tránsito al Modernismo, de la cual he obtendio los datos que se dan en este artículo.
César y pompeyo
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